El mágico regreso de la primavera: narcisos, Perséfone y la eterna danza de las estaciones
Se acerca el equinoccio de primavera y las primeras flores ya se han hecho notar en el monte y en las ciudades. Las prímulas, que cada año hacen honor a su nombre, brotando las primerísimas, las verónicas, las margaritas, los botones de oro, las magnolias e incluso las primeras violetas son algunos de los destellos de primavera que ya han ido abriendo paso en búsqueda de los primeros y cálidos rayos de sol.
Pero en el pequeño pueblo donde vivimos, si hay una flor que marca presencia entre las flores de floración temprana son los narcisos. Su llegada nos brinda un mágico espectáculo cada año. Surgen entre antiguas hayas, estampan el bosque de amarillo y, al cabo de unos pocos días, vuelven a desaparecer, tragados por la tierra como si nunca hubiesen estado allí... Hasta el año siguiente, cuando vuelven a brotar.
Este efímero despliegue y desaparición, como un truco de magia, siempre me recuerda el antiguo mito del rapto de Perséfone (o Proserpina en la mitología romana) y sus diversas representaciones en el arte, especialmente por los y las artistas prerrafaelitas.
Así como los narcisos se vuelven a fundir con el suelo, la hija de Deméter también fue tragada hacia las entrañas del Orco por las manos de Hades (Plutón), dios del inframundo, inaugurando así uno de los mitos fundamentales del ciclo mitológico de la antigüedad clásica.
Y es que además, cuenta la leyenda que Perséfone justo recogía narcisos cuando de repente, la tierra se abrió y de ella emergió Hades en su carro tirado por caballos negros arrebatándola al reino de los muertos para convertirla en su esposa.
Cuando Perséfone fue arrebatada por Hades (Plutón) y llevada al inframundo, la tristeza de su madre Deméter (Ceres), diosa de la tierra y de la agricultura, fue tan desoladora que la tierra se secó y el crecimiento de todas las flores, frutas y verduras se detuvo, quedando la tierra estéril. Deméter se negó a regresar al Olimpo, emprendiendo un solitario y triste peregrinaje por la tierra, transformando en desolación todo lo que tocaba.
Al enterarse de la tragedia, Zeus (Júpiter), preocupado por el destino de la humanidad, intercedió enviando a Hermes (Mercurio) en búsqueda de Perséfone. Hermes era el mensajero de los dioses y el único que podría entrar y salir del inframundo.
Hades consintió el rescate, pero no sin antes hacer que la joven comiera seis semillas de granada, un acto simbólico de compromiso eterno, haciendo así que Perséfone se quedara atada a él durante seis meses al año y el resto del tiempo lo pasara con su madre.
De esta forma, nació la eterna danza de las estaciones: cuando Perséfone se va al reino de Hades, en otoño, la naturaleza se viste de melancolía y pierde su color, marcando el fin de un ciclo.
Pero cuando regresa a la superficie con Deméter, la naturaleza se despierta y la tierra se viste de flores y vida, celebrando la primavera.
Así, cada año, cuando los narcisos emergen brevemente del suelo para luego volver a desaparecer, pienso en ese instante mágico en que la diosa pisa la tierra de nuevo, trayendo de vuelta la vida y la promesa de días más cálidos y fértiles.